Luis A. Martínez
Por: Héctor Núñez Medina.
Hasta la actualidad Luis A. Martínez es venerado como uno de los más notables ambateños, político, empresario, escritor y pintor dejó un legado escrito con tinta indeleble en los anales de la historia de esta noble tierra.
El pintor de la soledad, o el solitario de Atocha, nacido en 1869 perteneció a una familia de intelectuales rodeado de letras, se formó en medio de proyectos de educación modernizados y conservadores, fue un enamorado y defensor de la naturaleza así es como paso por las más variadas ocupaciones, desde peón, hasta ministro de estado, estuvo siempre en contacto con el pueblo, fue un arduo defensor del indígena y fundador de varias instituciones culturales y sociales que buscaban fundamentar las bellas artes, no solo de su ciudad sino de todo el país.
En cuanto a su producción pictórica el mencionaba no ser parte de ninguna escuela, de hecho se declara enemigo del paisaje bibelot (paisajes pequeños y decorativos), Martínez aducía que son la escapatoria de artistas sin creatividad ni imaginación, su producción por su parte está centrada en retratar la Naturaleza en su más pura expresión, su fuerte son los nevados, los cuales conocía de manera perfecta gracias al andinismo, actividad que practicaba regularmente con su hermano.
Martínez tuvo como maestra a la naturaleza, su pintura era realista, mostraba de manera pulcra cada detalle y hacia que sus obras no solo reflejen un paisaje sino también su majestuosidad, las impregnaba de alma, de tal forma que aquellos que miraran su pintura pudieran sentir esa sensación de ser nada frente a la naturaleza, esa sensación de soledad, de frio que imponen estos parajes y que solo es comparable con la experiencia de las personas que los visitan físicamente.
Su composición artística está basada de manera fundamental en el realismo, trata de generar una copia exacta de la expresión natural, no quita ni pone nada, jamás en alguno de sus paisajes andinos incluyó indígenas ni pequeñas casas en medio de las grandes montañas, actividad que era muy común en el arte de su época y que sin embargo él consideraba innecesario; manifestó que su pintura era autónoma, espiritual y auténtica, la obra de Martínez se convirtió en lo que siempre soñó, no algo decorativo simplemente si no un documento de carácter científico que sea de utilidad para la sociedad.
Su paisaje sirvió para conocer el territorio y ayudó a fundamentar la construcción de una comunidad imaginada que articula en tres dimensiones, el pasado como parte de la memoria científica e histórica, presente como un retrato de la experiencia directa y futuro ya que permite visualizar la civilización deseada, crónica que dista mucha de la idea de romantizar el arte con una visión netamente estética, Luis A. Martínez un ilustre ambateño que trascendió en el tiempo para recordarnos lo grande que es nuestra tierra.